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jueves, 12 de mayo de 2011

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14. Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. Todos los objetos de las inclinaciones tienen sólo un valor condicionado, pues si no hubiera inclinaciones y necesidades fundadas sobre las inclinaciones, su objeto carecería de valor. Pero las inclinaciones mismas, como fuentes de las necesidades, están tan lejos de tener un valor absoluto para desearlas, que más bien debe ser el deseo general de todo ser racional el librarse enteramente de ellas. Así pues, el valor de todos los objetos que podemos obtener por medio de nuestras acciones es siempre condicionado. Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto de respeto) (I. KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Trad. De M. García Morente, Madrid, Espasa Calpe, 1983, pp. 82 y 83)

a)   Sitúa al autor en su contexto.
Immanuel Kant es uno de los máximos representantes de la ilustración europea; tanto a nivel de teoría del conocimiento como a nivel ético, lleva a cabo un giro copernicano, llevando a cabo una dura crítica a la metafísica como saber especulativo, estableciendo los límites del conocimiento, y realizando, a nivel práctico, una crítica a las éticas materiales del pasado, planteando una ética formal, vacía de contenido, necesaria y universal.
b)   Tema.
No debemos, a la hora de actuar, utilizar a una persona como medio para lograr algo, ya que toda persona tiene, por encima de todo, dignidad y merece todo nuestro respeto.
c)   Ideas principales.
-          El hombre es un fin en sí mismo, no un instrumento (medio) para conseguir algo, y debe ser considerado así siempre, tanto para con uno mismo como para con los otros.
-          Lo que buscan las inclinaciones tiene un valor “condicionado”, no en sí, porque adquiere su valor de que se les desee. Por ejemplo, la comida es más valiosa si tenemos hambre. Las inclinaciones (deseos) crean necesidades, que dan valor a los objetos deseados. Y en ocasiones haríamos cualquier cosa por conseguir tales fines, sin pensar si lo que hacemos está bien o no.
-          Las inclinaciones en sí mismas no tienen un valor en sí. Lo más racional sería más bien no necesitar nada, no crear necesidades: “más bien debe ser el deseo general de todo ser racional el librarse enteramente de ellas”.
-          Las personas son seres racionales, fines en sí mismos con un valor en sí; mientras que las cosas, objetos irracionales, tienen un valor relativo: depende de lo deseadas que sean, o de la necesidad que tengamos de ellas. Lo que otorga valor en sí a algo es que esté dotado de razón. Por tenerla, podemos reconocer a las personas como semejantes a nosotros, por tanto no como meros instrumentos para algo, sino merecedoras de respeto.

d)   Relación entre ideas.
En este texto de carácter argumentativo, Kant empieza planteándonos una de sus tesis principales, en concreto, la tercera acepción del imperativo categórico, el ser humano es un fin en sí mismo, y como tal debe ser tratado siempre, nunca como medio para conseguir algo. Sigue planteándonos que los objetos de nuestros deseos tienen un valor condicionado, es decir, necesitamos ese objeto y por ello hacemos lo que sea para conseguirlo, pero no tienen valor en sí mismos, tan sólo para satisfacer nuestra necesidades, y así, Kant nos aconseja que deberíamos generarnos menos necesidades, y de ese modo nuestros deseos serían menos y más racionales. Para terminar, Kant nos expone la diferencia entre cosas y personas; las cosas, carentes de racionalidad pueden ser utilizadas como medios para conseguir algo, en cambio, las personas poseen racionalidad, son fines en sí mismos y no medios para nada ni nadie, y merecen respeto y deben tener dignidad.
e)    Explicación de las ideas.
En este texto, Kant recoge el sentir de la tercera formulación del imperativo categórico. Tal formulación nos obliga a tratar a los demás, a nuestro prójimo, siempre como fin en sí mismo, nunca como medio, nunca como algo que puedo usar para sacar adelante mis propósitos, mis deseos; toda persona, tanto yo como el otro, merece respeto ya que tiene dignidad. El “respeto” mencionado al final del texto es especialmente importante en la ética kantiana, porque es el fruto de la razón práctica que une a los seres racionales entre sí: un ser humano sentirá respeto (mejor dicho: su razón le dirá que lo contemplado tiene un valor en sí) ante las personas cuando reconozca su racionalidad, y por tanto su carácter de semejante. El amor a los semejantes que predica el Cristianismo, o la empatía con el prójimo que decía Rousseau, se transforman en la ética kantiana en una comunidad de seres racionales que se reconocen como tales en la medida en que cada uno de ellos no se encierra en sus inclinaciones (deseos, costumbres, creencias) particulares, sino que se abre a la racionalidad común, que diseña la conducta de cada uno como la conducta deseable por todos. Vemos aquí que la frecuente crítica fácil a los ilustrados como fanáticos de una razón fría nada tiene que ver con lo que dice Kant. Lo que puede unir a los seres humanos para Kant es la razón, tanto en su uso teórico como en el práctico. Ese respeto no sólo es entre las personas, sino hacia uno mismo cuando actúa siguiendo los dictados del imperativo categórico. Ese respeto hacia uno mismo es la virtud kantiana, lo único que está en nuestra mano conseguir, pues la felicidad, dado nuestro carácter de seres empíricos, siempre estará sujeta al azar de las circunstancias. El sujeto moral se reconoce como digno de respeto porque libremente sigue los dictados de la razón práctica, es decir, hace lo que debe y esa virtud le lleva a verse a sí mismo como merecedor de una felicidad que muy posiblemente en medio de un mundo injusto no obtenga. Pero el valor de sí mismo como sujeto racional resplandece en medio de la podredumbre de un mundo irracional, y ese valor presupone que no todo es lo que vemos aquí. Tarde o temprano, en este mundo o en el venidero, seremos merecedores de la felicidad por lo que hemos hecho a lo largo de nuestra vida en el mundo terrenal.

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