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viernes, 15 de octubre de 2010

antropología platónica

ANTROPOLOGÍA PLATÓNICA


EL SER HUMANO

Para Platón el hombre es un alma espiritual y eterna encerrada, encarcelada en un cuerpo. El auténtico y genuino yo del hombre es el alma, y su destino la sabiduría; el cuerpo no es más que su cárcel, su sepulcro, y un obstáculo que le impide dedicarse a su verdadero destino. Es cierto que Platón distingue en el hombre tres tipos de almas, pero sólo una de ellas, la racional, de naturaleza espiritual, es el auténtico hombre; las otras dos, la irascible y la concupiscible, son propias del cuerpo y desaparecen cuando éste muere.

Entre el cuerpo y el alma no existe más que una unión accidental, es decir, la única que se puede dar entre dos realidades plenamente constituidas y de naturaleza totalmente distinta, cuando se juntan la una con la otra. Las imágenes más frecuentes con las que Platón ilustra esta unión son las del jinete y el caballo, y las del timonel y la nave.

La influencia del orfismo y del pitagorismo en este punto parece evidente. Más aún. En alguno de sus diálogos, concretamente en el Fedón, Platón parece defender la teoría pitagórica de la “metempsícosis” o de la transmigración de las almas que vagan de un cuerpo a otro, tras la muerte del individuo.

El alma no es sólo la parte más importante del hombre, su auténtico y genuino yo, sino que, además, el alma del hombre es inmortal. Inmortal, porque va a seguir existiendo cuando el hombre –o mejor, el cuerpo del hombre- haya muerto, y, también, porque ha vivido en el mundo de las Ideas antes de unirse al cuerpo. Esta estancia del alma en el mundo auténtico era la que posibilitaba su concepción del conocimiento verdadero como reminiscencia. Para hablarnos de la naturaleza del alma, de su existencia antes de encontrarse encarcelada en un cuerpo, y de su destino, Platón recurre a varios símiles; el más importante es aquél en el que compara al alma humana con un carro alado, en el que el auriga, el conductor del carro, el alma racional, cuenta con un corcel noble y disciplinado, el alma irascible, y otro corcel de mala casta e indómito, el alma concupiscible.

Todos los símiles a los que recurre Platón para hablar de la naturaleza del alma –lo mismo que los relatos míticos que emplea para describir cómo vivía el alma antes de estar encarcelada en el cuerpo o por qué se vio obligada a esa encarcelación, y cuál es su destino después de la muerte- insisten en la necesidad de que el hombre se purifique mientras viva, puesto que en caso contrario se verá obligado a sucesivas encarnaciones en otros cuerpos, hasta conseguir esa purificación.

Lo importante de estos relatos no es tanto su contenido cuanto la idea que Platón quiere transmitir con ellos, y que no es otra que la de que no todas las conductas humanas son igualmente valiosas, como defendían los sofistas. Su preocupación fundamental es también, como en Sócrates, de carácter moral.

Ahora bien, ¿cómo se purifica el hombre? Como Platón piensa que el alma humana no es exclusivamente racional, que en el hombre hay tres almas –aunque jerarquizadas-, a la hora de señalar cuál ha de ser el ideal del comportamiento humano, afirma que el alma superior, que es la

racional, debe someter y dirigir a las otras dos almas, a la concupiscible y a la irascible, y dedicarse a su actividad propia que es el conocimiento; sólo entonces se alcanza la salud del alma.

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SABIDURÍA Y VIRTUD

El principio socrático continúa, pues, actuando. La razón es el elemento fundamental en el hombre y, por eso, el perfeccionamiento del hombre consiste en que prevalezca en él, cada día más, el elemento racional sobre el pasional y el instintivo. Al desarrollarse el elemento racional, mediante la educación, no sólo se dominará mejor al corcel noble y al corcel indómito, sino que se conocerá mejor el Bien y, por tanto, se obrará mejor.

La virtud necesaria para alcanzar la sabiduría consiste en que el alma racional domine a las almas irascible y concupiscible. Cuando esto ocurre, el hombre camina hacia su perfección, aunque nunca la consiga totalmente por el lastre material que le supone el cuerpo. La imagen del auriga que marcha en un carro tirado por dos caballos y que únicamente corre bien cuando los domina ilustra muy bien la visión que del hombre y su quehacer tiene Platón.

La justificación de que sólo la sabiduría puede perfeccionar al hombre hay que

encontrarla en su concepción de la idea de Bien. La idea del Bien es la idea suprema, la idea que ocupa la cúspide en el mundo jerárquico de las ideas, y es la causa de todas las demás ideas y de todas las realidades de este mundo.

Sólo cuando el hombre, siguiendo el método de la dialéctica, llega a la captación de la idea misma de Bien, sólo entonces conoce de verdad qué es lo bueno, y si domina sus apetitos, puede obrar bien y convertirse en virtuoso. Como en Sócrates, la razón aplicada al conocimiento de la realidad proporciona conocimiento verdadero, y la verdad cobra así categoría moral, puesto que le es imprescindible al hombre para ser virtuoso.

ACTIVIDAD

1.- ¿Es coherente la teoría antropológica de Platón con la afirmación de la existencia de dos mundos? Justifica tu respuesta.

2.- ¿En qué sentido la teoría del conocimiento platónica es coherente con la concepción del ser humano que acabas de estudiar?

3.- Haz un esquema en el que muestres con claridad la relación que existe entre la ontología, la gnoseología y la antropología platónica.

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